26.1.16

Bendito Konmari

Si ya de por si soy persona curiosa por naturaleza; si además de eso busco ansiosa un revulsivo constante que me haga crecer, oxigenarme cuerpo y mente, me convierto en blanco fácil de cualquier movimiento creativo que me haga salir un poco de mi zona de confort, que me rete y me impulse. Que me sirva de empuje diario añadido.

Voto siempre por redirigir las malas vibraciones, los bajones, la rabia contenida que asoman en algunos momentos. Hago por transformarlos en algo productivo, por sacar provecho de esa energía negativa. Para poder decir orgullosa que les he vencido, una vez más.

Llevo una racha de egoísmo sano, de mirarme el ombligo por necesidad absoluta, porque ya está bien de estar para todo (y todos) menos para mi misma.

Me declaro en huelga en ciertos aspectos. Me quedo quieta a verlas venir. Dejé atrás racha agridulce, no porque las cosas hayan cambiado del todo, sino porque las veo de modo muy distinto, como si apenas me rozaran, como si estuviera en una sala de cine observándolas, mientras me deleito con mi bolsa de chuches.

Que sea lo que tenga que ser, hamijo.

A lo tonto, hace año y medio largo que me crucé con el reto "40 bolsas en 40 días" y ya con esas deseché infinidad de cosas en mi humilde morada. Uno no sabe lo que guarda hasta que decide echarle un ojo a conciencia.

Estas navidades me topé con el libro de Marie Kondo, "La magia del orden", de fácil lectura, en el que apenas has empezado con los primeros capítulos te entra una necesidad imperiosa de levantarte y ponerte en marcha siguiendo sus pautas. Curioso su sistema, a simple vista radical, con un enfoque oriental hacia las cosas materiales que puede chocar un poco con nuestra cultura.

A grandes rasgos su sistema cambia la idea general de querer poner orden descartando lo que no usas o te gusta. Lo hace al contrario y de un modo catártico. Te pide que vayas por categorías preestablecidas (ropa, libros, fotos, papeleo,...) en un orden determinado que también te aconseja y razona. Y una vez elegida debes poner en el centro de la habitación todo, y cuando digo todo es TODO, lo que haya por la casa correspondiente a esa categoría. El shock que produce el ver toda tu santa ropa en una montaña ya supone un cambio en la manida percepción del no tengo nada que ponerme. Te incita a que tomes en la mano prenda por prenda, porque asegura que solo con el contacto sabes al segundo si esa prenda "te hace feliz" o no. Y esa es la clave.

Es una verdadera revolución, en la que acabas tirando/donando/vendiendo/regalando infinidad de cosas que llevaban años dormidas (según ella) en tu casa. Una vez hecho esto, proceso que puede durar una media de 6 meses, tu chip cambia en cuanto al consumismo, te quedas con menos cosas, tu casa parece más luminosa, despejada, limpia. El modo en el que enseña a doblar y ordenar lo que decides quedarte rompe por completo también con tus viejas costumbres.

Qué decir, que estoy encantada de haber conocido a esta japonesa de pequeña estatura. Que llevo unas semanas de sana obsesión por darle vuelta y media a mi choza, de darle al coco, de ver las cajas vacías de zapatos con ojos de deseo, porque son una genial herramienta para darle un buen repaso a los cajones. Y el modo en que nos enseña a doblar cada prenda de ropa también es una revolución.

Recomiendo su lectura, que aunque la traducción al castellano sea un poco mala se entiende perfectamente el concepto. Y el cambio que produce en nuestro modo de entendernos con nuestras cosas y nuestro espacio es increíble. He hecho las paces con mis zonas de almacenaje. Y estoy encantada.

Mi cabeza no deja de maquinar en cómo atacar la siguiente categoría.

Yes, I can and I will.